Asteroid City: el sumun de la generación Sundance, por Alfonso Cañadas

 

No voy a repasar aquí la extensa trayectoria del cine indie estadounidense desde los años 60, pero sí creo necesario realizar un breve y simplificado esquema que permita contextualizar la figura de Wes Anderson. Desde los tiempos de aquel buen cineasta llamado John Cassavetes, el cine indie estadounidense se ha estructurado en dos corrientes principales: tendríamos en un primer término al llamado “New American Cinema”, vanguardista, experimental y rompedor, encabezado por figuras como Jonas Mekas, Gregory Markopoulos, Stan Brakhage y compañía. Dicha vía siguió evolucionando hasta nuestros días, y podríamos señalar a “súper indies” como John Gianvito, Jon Jost o Travis Wilkerson como caminantes de la misma senda cinematográfica. No nos interesan en este texto, sin embargo, estos cineastas que me he permitido denominar como “súper indies”, cuyas formas cinematográficas y de producción resultan mucho más arriesgadas, artesanales y low-cost; no, quiero centrarme en aquella otra camada de cineastas independientes que produjeron sus obras dentro de un circuito de productoras independientes que estaban naciendo en esos mismos años. Me permito, de nuevo, denominar a este otro grupo como los “indies moderados”, y no me refiero a moderados en las temática o los argumentos que trabajan en sus obras, pero sí en las formas de producción, mucho más similares a las que se trabajan en las majors de Hollywood por esos años. Hago referencia aquí a figuras como John Sayles, Jim Jarmusch y quizás el primer Spike Lee.

De estos primeros brotes de cine independiente nacerá posteriormente el Festival de Sundance, promocionado hábilmente por la estrella Robert Redford, y de ello devendrá una generación de cineastas indies que, alentados por la posibilidad de estrenar sus pequeñas producciones en festivales como Sundance, se lanzan a realizar películas de bajo presupuesto y de temática intimista. Así, a finales de la década de los 80 y principios de los 90 nos encontramos con figuras como las de Whit Stillman, Gregg Araki, Quentin Tarantino, Todd Haynes, Hal Hartley, Richard Linklater y, con un poco de tardanza, Wes Anderson. La mayoría de ellos comenzaron colaborando con productoras independientes que iban creciendo progresivamente, como la conocida Miramax, y estrenando sus primeras obras en Sundance. De hecho el primero cortometraje de Anderson, Bottle Rocket (1993), fue estrenado en dicho festival, consiguiendo llamar la atención del mismísimo James L. Brooks.

    Trust (1990, Hal Hartley)


Nowhere (1997, Gregg Araki)

No paraba de pensar en toda esta oleada de cineastas mientras visionaba Asteroid City, la nueva película de Wes Anderson. Películas como Trust (1990), Simple Men (1992), Nowhere (1997), Pulp Fiction (1994) o Barcelona (1994) venían continuamente a mi mente, y es que por muchas diferencias (obvias) que podamos encontrar entre las obras de estos directores, existe una base similar de estilo que subyace a todas sus primeras películas. En los 90 las películas indies eran muy europeas, en el sentido de que adaptaban las características cinematográficas propias de las obras de la Nouvelle Vague y otros movimientos intelectuales-cinematográficos del viejo continente (como podrían ser, en menor medida, el Free Cinema y el posterior Cine Social Británico). Así, el cine de estos directores, y de tantos otros de dicha época, suele caracterizarse por largos diálogos, en muchas ocasiones (como ocurre principalmente en el cine de Hartley) utilizando un vocabulario complejo y que poco tendría que ver a primera vista con los personajes de las historias. El uso de espacios reducidos es otra de esas características (condicionada en muchas ocasiones por la falta de presupuesto) que protagoniza las primeras obras de esta “generación Sundance”; podemos poner como ejemplo central la famosa Reservoir Dogs de Tarantino. La ironía y el sentido del humor construido sobre los silencios es otro de los rasgos centrales del indie noventero, esperando que el propio espectador dude de si debe reírse o no ante las ocurrencias de los protagonistas, que además suelen tener un carácter mucho más caricaturesco que realista. Por último, cabe destacar la relevancia de los colores primarios y fantásticos en las carreras de directores como Araki, Hartley o Tarantino; nos puede venir a la mente, por ejemplo, el rojo sangre en Reservoir Dogs, o el amarillo canario en Kill Bill.

Wes Anderson hace también uso de muchos de estos elementos en sus películas desde el inicio de su carrera, dándole sin embargo una dimensión excesiva en Asteroid City, algo que ha desatado las burlas y atentado contra la paciencia de críticos y cinéfilos. A priori la película narra un concurso escolar donde familias con niños se reúnen para observar fenómenos astronómicos en una ciudad desierta. Y digo a priori porque es muy difícil seguir el hilo conductor de la historia, ya que la película se construye sobre hasta tres capas narrativas paralelas. Una complejidad narrativa con la que Wes Anderson pretende que dejemos por imposible seguir la historia y nos centremos puramente en una estética recargada que inunda desde los espacios (en un color naranja chillón que se muestra a través de largos paneos de un lado a otro) hasta el comportamiento de los protagonistas (que recitan los complejos diálogos de manera robótica, alejándose de cualquier tono mínimamente realista). El director nos avisa desde el comienzo, cuando muestra un puente a medio construir con un cartel que reza “sin finalizar por fallo de diseño”, que la película, como dicho puente, no conduce a ninguna parte. Más adelante, casi al final, incluso una conversación protagonizada por el personaje de Adrien Brody desvela la instrucción principal que debe seguir el espectador “sigue con la historia, aunque no tenga sentido”.

Curioso me resulta que con un mercado cinematográfico como el presente, donde la mayoría de estrenos tienen una carencia casi total de imaginación visual y de riesgo narrativo sin importar del festival o la productora de la que provengan, los cinéfilos la paguen con un cineasta como Anderson, quién se arriesga cada vez más poniendo a prueba la paciencia de las masas de espectadores “alternativos” que ha ido cosechando con los años. No me extraña, por otro lado, que el mismísimo Paul Schrader esté encantado con la película y la haya comparado, ni más ni menos, que con El año pasado en Marienbad (1961) de Alain Resnais; y es que por momentos existe la sensación meta-cinematográfica de que los personajes de Asteroid City no son inmunes a la extravagante ficción que les rodea, y parecen conscientes de estar en una película del propio Wes Anderson. En este sentido resulta inolvidable la escena del alienígena andando hacia los espectadores en un duro blanco y negro.


Asteroid City es el sueño de la generación Sundance hecho realidad, el posible sueño prohibido en los 90 de directores como Hartley, Araki o tantos otros que no acabaron consiguiendo un público o una producción regular de su obra. Esta es una gran producción repleta de estrellas del presente que se ponen a las ordenes de un director que quiere deshacerse de toda lógica argumental para centrarse en llevar al extremo las características del contexto cinematográfico en el que nació su carrera. Un ejercicio de estilo “indie noventero” que demuestra que Anderson es un cineasta mucho más arriesgado y coherente con sus orígenes de lo que muchos han querido creer.


©Alfonso Cañadas, julio de 2023


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