Cerrar los ojos, creer en el cine. Por Alfonso Cañadas

 

Qué expectación teníamos todos los cinéfilos, en especial los españoles, cuando entramos en la sala y el nuevo largometraje de Víctor Erice, ¡treinta años después de El sol del membrillo (1992)!, iba a comenzar a proyectarse. Mucho han cambiado las cosas en el cine en estos treinta años: el protagonismo del formato digital, las pantallas portátiles de todo tipo y las plataformas de contenido audiovisual se han impuesto en la industria, términos todos ellos que no asociamos en un primer momento con el nombre de Víctor Erice. El poeta castigado, la leyenda de lo que el cine español “pudo ser” si la industria se estructurase (económica y filosóficamente) de otra forma. Tres largometrajes tremendamente especiales, con una fuerte marca autoral, rodados en los últimos cincuenta años dan cuenta de la filosofía del director, que en la reciente entrevista concedida para el programa Historia de nuestro cine de Televisión Española, hacía referencia a la carrera del director danés Carl Theodor Dreyer cuando le preguntaban por la suya misma: “nunca pudo hacer su última película, su película soñada.

El espíritu de la colmena (1973)

Muy lejos queda ya aquella generación del Nuevo Cine Español y sus descendientes. Aquellos cineastas españoles con más raíces francesas que nacionales en la esencia estética-narrativa de su cine, “directores de la Transición”. La primera en dejarnos fue Pilar Miró en 1997, y con el reciente fallecimiento de Carlos Saura, ya se cuentan con los dedos de una mano aquellos que quedan en pie. Manuel Gutiérrez Aragón sería quizás el más renombrado. A todos ellos se les puede alabar o criticar, ya sea por su posicionamiento político-cinematográfico (un cine español que trata de conectar más con el público internacional que con el suyo propio, al que parece mirar con condescendencia), o por la irregularidad de sus carreras cinematográficas. Pero si ha habido una figura intocable para la cinefília dentro de esa generación, esa es precisamente la de Víctor Erice. Sus tres películas han sido tan aplaudidas por el público nacional como por el internacional, y su rico universo personal caracterizado por un detallismo y una minuciosidad extrema, le han convertido en una leyenda del cine español. Quizás la principal crítica que se ha hecho a Erice ha sido, precisamente, no haberse adentrado en más proyectos durante todos estos años, no haberlos luchado lo suficiente. A veces, después de tantas décadas, el espectador se llegaba a preguntar: ¿para tanto sería Erice si hiciera una película en el presente? Cerrar los ojos es, al fin, la respuesta a esa pregunta.

El sur (1983)

La película arranca con unos fundidos en un bello jardín que recuerdan al Erice del pasado, pero esto se trata solo de un espejismo, el espejismo del cine. Una conversación que combina diálogos en japonés con diálogos en inglés nos sorprende, y más cuando a esa conversación se une el popular actor José Coronado. Cuestiones políticas del pasado empiezan a abordarse en un diálogo que ya se mantiene en castellano. Una conversación larga, densa, con muchísimas palabras, ¿esto era Erice? No lo recuerdo así. Pronto se nombra una palabra que despierta especialmente mi atención: Shanghai. Sí Víctor, todos nos acordamos de aquel proyecto frustrado, La promesa de Shanghai, ¿pero a qué viene todo esto? De repente, la imagen se detiene, y el propio Erice se pronuncia: estábamos dentro de una ficción, el personaje interpretado por José Coronado es un actor desaparecido hace veinte años.

Alumbramiento (2002)

Pronto la historia va a pasar a centrarse sobre el personaje interpretado por Manolo Solo, un desaliñado director retirado en el sur de la península (otro guiño, ya van dos) al que llaman para participar en un programa dedicado a la desaparición de su amigo. Los recados de este director maldito, que solo pudo rodar una película y media en su carrera, son ahora el eje central de la historia. Se reunirá con un viejo amigo cinéfilo, con la hija del actor y con una antigua amante de ambos. Después volverá al sur, aquel sur maldito que Erice no pudo rodar por cuestiones de producción hace más de cuarenta años. Allí descansa, de manera plácida y precaria el protagonista, viviendo en una caravana y cantando canciones en inglés al ritmo de la guitarra, como en aquellos westerns clásicos en los que se cantaba sin motivo, solo por el puro placer de estar en una película. Hasta ese momento se puede apreciar, además, que Erice ha cargado el peso de la historia mucho más sobre el guion y los diálogos que sobre la imagen. No es un gran fan Erice de la imagen digital, a la que encuentra pobre y mucho más alejada de la realidad. Por ello, en Cerrar los ojos, la imagen pasa de ser bella a ser justa y honesta. Se muestra aquello que debe mostrarse, con elegancia, con un ritmo siempre adecuado, que nos permite en sus silencios reflexionar sobre la situación de este director venido a menos. La impresionante interpretación de Manolo Solo ayuda especialmente a que nos sumerjamos en el universo del personaje.

¡Qué versatilidad cinematográfica, señor Víctor! ¡usted no estaba acostumbrado a esto! Y es que, como buen director de arte de los años de la Transición, Erice es un cineasta plenamente baziniano, afincado en la idea de que la grandeza del medio alcanza su cúspide en los años del cine silente. Solo hay que ver El espíritu de la colmena (1973), en menor medida El Sur (1983) (cuyo habitual silencio interrumpe una maravillosa voz en off), e incluso su cortometraje Alumbramiento (2002), que prácticamente es una película muda hasta en apariencia. Erice respeta el silencio cinematográfico como nadie, pero no estaba muy seguro de que en el medio digital eso pudiera funcionar, la fuerza de la imagen pixelada no es la misma que la del celuloide, era hora de volver a probar, a sus ochenta años, algo diferente. Un thriller, tan popular en el cine español en estos años, pero dotado de su habitual nostalgia e ideas cinematográficas.

Ordet (1955), Carl Theodor Dreyer

Ya se va acercando el final y Erice nos tiene preparada la gran pregunta, la que se hizo André Bazin hace más de setenta años: ¿puede el cine revivir a los muertos? No es casualidad que el proyeccionista, amigo íntimo del protagonista, le aconseje: “deja de creer en esas cosas, el cine ya no revive a nadie desde que murió DreyerDesgraciadamente no, el cine que cautivó a Erice en los primeros años de su vida ya no parece atraer a la gente a las salas, ni a crear cineclubs, ni a escribir reseñas. Todo el mundo cinematográfico en el que Erice se crio parece desaparecido; pero el cine para su generación siempre fue esperanza, esperanza en el poder transformador de las imágenes. El personaje de José Coronado nos mira fijamente, y pensamos en que Erice no pudo rodar en el sur en los años 80, no pudo realizar La promesa de Shanghai, pero aquí estamos, contemplando una nueva película del director con todos esos elementos. ¿Y si cerramos los ojos y elegimos creer? Creer en el cine.


©Alfonso Cañadas, octubre de 2023


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