Un ramo de esperanza, el cine de Pablo Llorca. Por Alfonso Cañadas

 

Con la llegada de la crisis económica global a España durante la segunda mitad de la década de los 2000, el cineasta Pablo Llorca encontró un estupendo telón de fondo para desarrollar un cine tremendamente independiente, valiente y arriesgado. A través de su propia compañía(s) La Cicatriz – La Bañera Roja, Llorca ha trabajado sobre una serie de dramas que retratan la España contemporánea y cotidiana, incidiendo en una serie de detalles que, de manera alarmante, se escapan a la gran mayoría de directores nacionales del presente. El cineasta desarrolla con enorme perspicacia personajes que definen a la perfección los roles que se han ido generando en la sociedad española con la llegada del Siglo XXI. La inmigración, el pasado izquierdista tanto de conservadores como de liberales presentes, la relación de las diferentes clases sociales y la globalización son temas recurrentes en sus obras. Pero no solo la temática de las películas de Llorca le permiten diferenciarse como uno de los directores más audaces y originales del panorama cinematográfico español, sino que el planteamiento estético y formal de sus obras juega también un papel crucial. Podríamos decir que más que en la estética en sí, la relevancia se encuentra en la falta de una atención específica a la misma. Llorca trabaja desde principios de siglo en formato digital, con una imagen plana y gris, que genera una sensación de minimalismo-austero que asociamos más al estilo televisivo que cinematográfico. Es gracias a este factor que el cine del director madrileño alcanza una maravillosa comunión entre forma y contenido, alejándose del cuidado estético sobre el que trabajan cineastas de los últimos años cuando se acercan a temas sociales. Llorca prefiere dibujar un presente gris y pixelado, rutinario y urbano, muy acorde a la situación vivida por sus protagonistas y más cercano al formato habitual que nos rodea en el día a día (con cámaras digitales de todo tipo).

Y es que desde el comienzo de su extraña filmografía, incluso cuando trataba de trabajar de manera más canónica, las películas de Llorca nunca fueron muy convencionales. Tenemos como ejemplo perfecto la misteriosa Jardines colgantes (1993), una película cuyo desarrollo cuesta seguir y entender racionalmente, especialmente por la compleja psicología y mentalidad que caracteriza a sus personajes. Sin embargo, como digo, estos primeros años se diferencian mucho de su trabajo a partir de la década de los 2000. Incluso hay un cambio estético extremadamente llamativo en los carteles de sus películas, compuestos generalmente por una tipografía común (e invariable) que se impone sobre un fondo blanco en diferentes colores. Esta declaración de intenciones sumerge a los cinéfilos más valientes en un mundo cinematográfico diferente desde el comienzo. El cine al que nos abre la puerta Llorca es áspero y visualmente poco amable, alejándose de toda concesión visual al espectador.

                           
Durante este último mes he estado estado revisando varias de las obras que componen la segunda etapa de la carrera del director, sintiéndome profundamente fascinado por su variado compromiso con el presente y el gran conocimiento que demuestra en el desarrollo de problemáticas sociales de todo tipo. Así, por ejemplo, en Recoletos arriba y abajo (2012) Llorca traza el dilema de la diferencia de clases a través de Jaime, un empresario de mediana edad casado que tiene por amante a una chica más joven que él. En la vida de Jaime se va a interponer un hombre, el nuevo portero de su edificio al que ya conoce de su juventud, cuando militaba en las juventudes trotskistas y ese mismo hombre le propició una paliza cuando trabajaba en el cuerpo de policía. A lo largo de la película vemos el desarrollo del día a día de ambos personajes, con sus ambigüedades morales. Curiosamente ahora el ex-policía agresor es un abuelo de familia que intenta sacar dinero de donde puede, mientras que el joven comunista se ha desarrollado como un acaudalado hombre de oficina que sostiene su estabilidad emocional sobre su secreta infidelidad.

En El gran salto adelante, sin embargo, nos encontramos con un acomodado profesor de música en huelga que se enamora de una mujer mexicana casada con un anciano enfermo y conservador. Llorca nos sumerge en las formas de vida de la población inmigrante latinoamericana en la capital de España alejándose de manera radical de las formas condescendientes a las que estamos acostumbrados cuando se retrata a colectivos desfavorecidos. Los personajes de sus películas se caracterizan por una moral perfectamente nivelada: existe el arrepentimiento, el dolor y la empatía, como también existe el egoísmo, el egocentrismo y la competitividad en el interior de cada uno de ellos.

Sin embargo, he de reconocer que la obra de Llorca que más me ha impresionado a todos los niveles ha sido la excelsa Un ramo de cactus (2013). Y es que si bien en cada una de sus películas los personajes protagonistas tienen una evolución psicológica notablemente detallada, en el caso de Alfonso (el protagonista de Un ramo de cactus) este desarrollo mental resulta sublime por su nivel de detalle. La película arranca con un parto grabado de manera totalmente natural, un niño viene al mundo y un oficinista recibe una llamada, escuchamos decir a ese personaje: “dadme la enhorabuena, soy abuelo, bueno, casi abuelo, un sobrino mío ha tenido un hijo”. Alfonso, sin embargo, sí es el abuelo de la criatura, y pronto le veremos en una escena posterior extrayendo con sus manos una hortaliza del terreno sembrado. Su novia le acerca un teléfono móvil para que se comunique con su hijo, ya que él rechaza las nuevas tecnologías. Al comienzo de la película Alfonso no parece emocionado con la llegada del niño, es un hombre de izquierdas, contrario a vender su pequeña parcela de terreno agrícola para que se construyan nuevas viviendas y centrado plenamente en sus tareas. Pronto descubrimos una rivalidad muy profunda entre Alfonso y su hermano, un adinerado empresario que ha apadrinado a su hijo bajo el manto del liberalismo económico. El protagonista ha dado por perdido a su hijo, sin embargo la llegada al mundo de su nieto le genera una nueva esperanza, la de educar a un ser diferente en este mundo alienado por el dinero que él desprecia. Una foto que el hijo del protagonista muestra a su padre otorga un nivel superior de transfondo a los personajes de los hermanos: “mira, es el tío, de joven”; “Guardala antes de que desaparezca” afirma Alfonso mientras observamos una foto de su hermano militando durante su juventud en el partido comunista.

Llorca construye personajes que reflejan la adaptación al presente de las personalidades desarrolladas en los años posteriores a la dictadura en España. ¿Dónde han quedado esos ideales revolucionarios de los años de la Transición? Repartidos entre el liberalismo capitalista yankee de oficina que nos coloniza y personajes como Alfonso: “rojos” empeñados en convertir el mundo en un “lugar mejor” aferrándose a las tradiciones y la desdigitalización. Resulta impresionante la telaraña psicológica de enorme trasfondo sobre la que Llorca esculpe unos personajes realistas y perfectamente consecuentes con la situación que les rodea en estas tres obras. Así, cada uno desarrolla su propio camino basado en sus principios ideológicos presentes y pasados, agitando y perturbando el de los demás. Por todo ello, y mucho más, no resulta baladí afirmar que Llorca es uno de los cineastas más complejos y completos del último siglo, tanto a nivel nacional como internacional.


©Alfonso Cañadas, noviembre de 2023

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