Déjales hablar (a ellas): una aproximación a Hable con ella de Pedro Almodóvar. Por Alfonso Cañadas

 

Cuantos más años pasan menor simpatía me genera la imagen pública de Pedro Almodóvar. Sin entrar a detalles concretos, sus desafortunadas declaraciones de los últimos años, así como su implicación en producciones de “artistas” de dudosa calidad e interés, me han hecho verle cada vez más como una figura arcaica de las tendencias progresistas posteriores a la Transición Española y menos como un continuo revolucionario de los nuevos dogmas sociales. No obstante, me ocurre exactamente lo contrario con sus películas pasadas, ya que cada vez que descubro o reviso una de ellas me siento maravillado y desbordado por su inabarcable talento cinematográfico. Se referencia a menudo, de manera superflua e insustancial, que el gran factor diferencial del cine de Almodóvar se encuentra en sus formas estéticas, basadas en colores primarios y tendencias folclóricas. Sin embargo, esto no es más que la carta de presentación a complejos mundos melodramáticos que el cineasta español traza a través de una maravillosa dirección de actores (ningún actor parece malo en una película dirigida por Almodóvar), un ritmo siempre acertado y una intriga subyacente al más puro estilo del Hollywood dorado.


Almodóvar inició su carrera como un absoluto agitador de las formas cinematográficas en sus primeras obras, para posteriormente asentarse de manera progresiva como el gran cineasta del melodrama a nivel internacional. Se ha repetido hasta la saciedad aquello de que es “nieto” de Douglas Sirk, “hijo” de Rainer Werner Fassbinder y “primo” de John Waters, como si la historia del cine se tratase de un enorme árbol genealógico de ramas inquebrantables. Creo, no obstante, que el mayor valor de la obra de Almodóvar reside en cómo incide en problemáticas especialmente relevantes en su país a lo largo de su carrera, y todo ello con un tono esencialmente castizo (lo que, obviamente, le diferencia de los cineastas citados). La liberalización cinematográfica de la mujer (de todos los tipos de mujer, no solo ricas, jóvenes y atractivas), y la visibilización y normalización de las relaciones homosexuales se cuentan entre sus mayores éxitos dentro de un país con una producción cinematográfica habitualmente tan poco comprometida y arriesgada.

En el año 2004 Alejandro Amenábar ganaba el Óscar a Mejor película de habla no inglesa por Mar adentro, una obra acerca de un hombre, Ramón Sampedro (con Javier Bardem en uno de sus papeles más recordados), que tras un fuerte golpe queda tetrapléjico y pasa varios años postrado inmóvil en una camilla antes de le ayuden a morir por voluntad propia. Este éxito de público levantó un enorme revuelo alrededor de un tema ciertamente polémico en un país de asentadas raíces cristianas como es España: ¿es la eutanasia, el deseo de morir, un posible derecho? Me sorprende, no obstante, cómo históricamente no se recuerda a la obra maestra de Pedro Almodóvar, Hable con ella (2002), como pionera en este debate. Es posible que el dramatismo lacrimógeno sobre el que se estructura la obra de Amenábar provocase un mayor, aunque también menos duradero, sentimiento de empatía con el personaje protagonista. Sin embargo, cabe recordar que la película de Almodóvar camina sobre senderos temáticos y morales similares, y lo hace dos años antes.


Quizás la gran diferencia resida, como suele ocurrir con gran parte de la obra de Almodóvar, en su forma de trabajar el tema en cuestión. Hable con ella tiene en gran medida un tono jocoso, a la vez que oscuro. El co-protagonista de la historia, Benigno (maravillosa interpretación de Javier Cámara), es un hombre traumado, infantil y obsesivo. Un joven enfermero que cuida de Alicia, una bailarina sumida en un supuesto coma irrecuperable, y de la que está profundamente enamorado. Es posible que en un principio empaticemos con su dolor y su dedicación hacia la enferma, pero ya se va a encargar Almodóvar de que esa percepción cambie conforme se desarrolla la trama. Pronto empezamos a ver la parte oscura y repugnante del comportamiento de Benigno, olvidándonos de su cara más infantil y enfocándonos sobre su deseo sexual reprimido.


Por otro lado tenemos a Marco, cuya novia Lydia, una torera profesional, también cae en un coma irreversible tras una cornada en la plaza. Marco coincide y entabla pronto amistad con Benigno en el hospital, sintiéndose esperanzado por esta figura, que trata a Alicia como si estuviera viva. He aquí el momento clave donde las dos figuras masculinas se apoyan mutuamente en la incomunicación con sus amadas. Sin embargo, existen claras diferencias en su comportamiento: Benigno interactúa continuamente con Alicia, mientras que Marco se ve incapaz de tratar a Lydia como si estuviera consciente. El anormal comportamiento de Benigno, sin embargo, se ve normalizado dentro de la clínica, generando un enorme sentimiento de empatía por parte de Marco.

Hable con ella” le dice Benigno a Marco, expresión que resulta paradójicamente curiosa en una película en la que solo hablan los hombres. Y es que muchas de las críticas que recibe a menudo Hable con ella van dirigidas a ser una apología de la violación. La maravillosa escena que representa el despertar sexual de Benigno hacia Alicia, tras ver una película muda en la filmoteca, puede ser interpretada de manera superflua como una romantización objetiva de la violación. Pero ¿es necesario recordar que nos encontramos ante una ficción deformada por la mirada masculina? Ya desde los títulos de crédito Almodóvar nos abre un telón, nos introduce en una interpretación masculina y perturbadora de la realidad; en gran medida nos encontramos ante la realidad de Benigno. No obstante el tono romántico de la violación viene respaldado por un desarrollo de personaje en el cual se describe a Benigno como un hombre traumado y obsesivo, con claros problemas psicológicos (no es casualidad que el padre de Alicia, al que visita, sea psiquiatra). ¿Es necesario dejar más claro que lo que hace Benigno es moralmente repugnante? Para cualquier espectador medianamente inteligente supongo que no.


Almodóvar tiñe además su película de un tono melodramático casi onírico, incidiendo aún más en que nos encontramos ante una fantasía. Hable con ella queda así como un precioso ejercicio de análisis sobre la incomunicación masculina y sobre la idealización romántica del hombre. Antes de su accidente, Lydia le dice a Marco: “tenemos que hablar”. “Llevamos todo el rato hablando”, responde Marco. “No, llevas todo el rato hablando tú”, sentencia Lydia. El egocentrismo masculino llevado al extremo, dos hombres enamorados de dos mujeres en coma, que no pueden responder, que no pueden replicar, que no es necesario escuchar, ¿la mujer perfecta según los extremos patriarcales? Aunque claro, Almodóvar no nos lo pone fácil, ya que resulta difícil tildar de machista a un personaje modoso y afeminado como Benigno.


Así, el director no solo se anima a transitar debates sociales problemáticos (¿por qué no dejar morir a las comatosas si es una situación irreversible?), sino que se atreve a diseccionar el mundo emocional masculino, disfrazarlo de romántico y sensible, para más tarde mostrar la oscuridad que subyace en sus acciones.


©Alfonso Cañadas, diciembre de 2023

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