La templanza de las pasiones en Esplendor en la hierba, por Alfonso Cañadas

 

Esplendor en la hierba es claramente una película surgida de un Hollywood en transición. Por un lado, recoge, con una maravillosa fotografía a color, las formas elegantes, cuidadas y sofisticadas propias de melodramas de tendencias más clásicas dirigidos por Douglas Sirk a mediados de la década de los 50 (Obsesión, Solo el cielo lo sabe, Escrito sobre el viento…). Por otro, se adentra en el terreno de las lecturas psicoanalíticas, tan habituales en las producciones de directores que alcanzan su culmen creativo durante la década de los 60, y que permite analizar conductas perversas y moralmente dudosas en los personajes protagonistas, algo que bien heredarán posteriormente los directores del Nuevo Hollywood de los 70. Podemos pensar así en obras como la temprana Hojas de otoño (1956, Robert Aldrich), o en tantas otras surgidas en la citada década como El mensajero del miedo (1962, John Frankenheimer), Lilith (1964, Robert Rossen) o A sangre fría (1967, Richard Brooks). En muchas de ellas los traumas heredados de unas vivencias infantiles inadecuadas están presentes en uno o varios personajes; sin embargo, Esplendor en la hierba pone el foco sobre el momento en que los protagonistas tratan, durante su adolescencia, de escapar de la cadena traumática familiar.

Nos encontramos con dos adolescentes, Deanie y Bud (maravillosos y jovencísimos Natalie Wood y Warren Beauty), completamente enamorados. La película se inicia con un espectacular plano que muestra a ambos besándose apasionadamente en un coche descapotable frente a una cascada. Nos sumergimos de esta forma en un tórrido amor de adolescencia que evoluciona del simple coqueteo hacia un deseo sexual más intenso. Elia Kazan, y su guionista William Inge, se focalizan en este preciso instante en el que la educación de género se hace más patente que nunca. Por un lado, la madre de Deanie le adoctrina sobre la idea de preservar su virginidad hasta el matrimonio para ser una mujer decente. Por otra parte, el padre de Bud insiste en catalogar a las mujeres de manera plenamente funcional: aquellas de moral intachable, con las que casarse y formar una familia en el futuro, y aquellas de etiqueta más liberal que sirven para aliviar el deseo.

De esta forma la película se desarrolla como un maravilloso esquema sobre las confusiones y malentendidos que provoca la educación tradicional sobre las relaciones sexo-afectivas de los jóvenes. Deanie rechaza cualquier tipo de contacto sexual por parte de Bud, reprimiendo todo deseo. Como resultado, influido por el consejo de su padre, Bud corteja a otra chica de la escuela, de peor fama debido a su libertinaje, para aliviar sus pulsiones sexuales. Así, Deanie acaba por maldecir su personalidad de niña dulce y responsable, proyección parental con la que ha cargado desde su nacimiento y que no parece más que entorpecer su relación con Bud y consigo misma. A su vez, Bud, siguiendo de nuevo los deseos de su padre, acudirá a la universidad, alejado del amor de su vida, obteniendo unos resultados académicos desastrosos y comenzando finalmente una relación amorosa con la hija de una humilde pizzera.

Como si de una enfermedad se tratara el amor, Deanie acaba ingresada en un centro psiquiátrico para deshacerse de su obsesión por un amor imposible. Allí experimentará los cuidados y la aceptación que sus padres nunca le otorgaron, llegando a sentir pánico por la idea de volver a casa. También conocerá a otro joven paciente, atento y educado con ella, que le procura continuos cuidados. ¿Y si eso era el amor? Deanie nunca termina de estar convencida, y menos aún cuando, ya de vuelta a su ciudad natal, coincide de nuevo con Bud. Su antiguo amor, ahora casado, con un hijo y otro en camino, se encarga de los terrenos de su padre, algo que siempre había deseado. Deanie acaricia al hijo de Bud como ese deseo anhelado que la rígida imposición parental impidió; posteriormente presenciamos la triste despedida de ambos protagonistas. ¿Eres feliz Bud?, dice Deanie. La verdad que no pienso mucho en eso, responde Bud.

A su vez, Bud ha sufrido el suicidio de su padre. Un suicidio que le ha liberado del yugo de responder a sus asfixiantes deseos. No obstante, pasó el momento de rehacer lo ocurrido con Deanie, ya que un amor más templado, seguro y apacible se ha cruzado en su camino. La felicidad parece ahora un espejismo creado por la hierba cuando está en su esplendor, ¿o quizás es mejor dejar a esta de lado para no cuestionar en profundidad las malas decisiones de nuestros padres? Sea como sea ya parece demasiado tarde para responder a esas preguntas.


©Alfonso Cañadas, diciembre de 2023

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