Lo valientes años 30 de William A. Wellman, por Alfonso Cañadas

 

William A. Wellman siempre fue un director innovador y atrevido, este hecho lo podemos comprobar de manera palpable si tomamos como ejemplo su inteligente uso del color cinematográfico en años en que este ni siquiera era un recurso de moda. Obras tan distantes en el tiempo como La reina de Nueva York (1937) y El rastro de la pantera (1954) resultan verdaderamente pioneras a la hora de colorear la comedia screwball y el western, dos de los géneros estandarte del universo cinematográfico hollywoodiense. No obstante, es quizás en la primera mitad de la década de los 30 cuando encontramos al más atrevido Wellman, claramente influido por la antesala de la imposición férrea del Código Hays.

El primero de estos ejemplos me resulta muy cercano, ya que este fin de semana visioné Mujeres enamoradas (1933), una de las muchas películas olvidadas de William A. Wellman, al que se suele señalar popularmente en los más rancios libros de historia como el director de la trepidante El enemigo público (1931) y del clásico western Incidente en Ox-Bow (1943). Sin embargo, Mujeres enamoradas es una comedia tremendamente ligera, apenas hay espacios, personajes ni saltos temporales. La película pivota sobre un triángulo amoroso entre dos amigos, ambos ingenieros de locomotoras, y la mujer de uno de ellos. Tras quedar uno sin casa el otro le invita a vivir con él y con su esposa, y a partir de ese momento Wellman se para a desarrollar escenas jocosas y tiernas del día a día, a la vez que de forma paralela la tensión entre el invitado y la anfitriona va elevándose. Pronto, sin embargo, llega el conflicto, y con ello una enorme desgracia: la ceguera. El remordimiento moral, el eterno castigo, los nubarrones hacen acto de presencia y la película cambia radicalmente. Escenas de triste compasión nos acompañan hacia un dramático final, con una espectacular y costosa escena que queda grabada en nuestra memoria. Pero no solo este brusco cambio de tono resulta peculiar en la película, sino también la mágica y ciertamente natural relación que se establece entre Bill y la mujer de Jack, con un continuo ir y venir de sonrisas y cálidos gestos mutuos. Una cercanía entre personas adultas casadas (con diferentes parejas, obviamente) imposible de observar en posteriores décadas cinematográficas mucho más conservadoras.

No obstante, ver Mujeres enamoradas trajo a mi mente el recuerdo de otras maravillosas y atrevidas películas de Wellman de la misma década, más allá de la citada El enemigo público. Recuerdo los potentes personajes femeninos que, de manera voluntaria o involuntaria, se ven envueltos en crímenes y turbias relaciones en Enfermeras de noche (1931) o en Barrio chino (1932). Recuerdo también el repaso a la historia reciente estadounidense de la mano de un gánster (en clara conexión con el cine de Martin Scorsese) y la crudeza de las imágenes de Gloria y hambre (1933). Pero sobre todo recuerdo como se apoderó de mí la maravillosa e incomparable Wild Boys of the Road (1933), injustamente una de las obras menos reconocidas de su carrera.

Wild Boys of the Road narra la historia de dos adolescentes malcriados que durante la Gran Depresión deciden abandonar sus hogares y labrarse un futuro por sí solos. Sin embargo, en el camino descubrirán la insólita cara oscura del capitalismo, viéndose obligados a viajar como polizontes en trenes de mercancías o a dormir en poblados de chabolas. Pronto se darán cuenta de que la única solución factible a esa mísera situación pasa por unirse todos juntos para rebelarse contra la autoridad represiva, en una clara referencia a las contemporáneas revoluciones comunistas en distintos lugares del mundo. El atrevimiento de Wellman para tratar temas polémicos del presente irá, lógicamente, mermando con la proliferación del control oficial cinematográfico a mediados de la década, aunque siempre nos quedará ese oasis de libertad protagonizado por el valiente director de los años 30.

©Alfonso Cañadas, diciembre de 2023


Comentarios