Una introducción al cine de Angela Schanelec, por Alfonso Cañadas

No me gusta nada el Festival de cine de Berlín de la actualidad. Sin necesidad de ser demasiado detallado, pongo como muestra de mi argumento a las obras ganadoras del premio principal en sus últimas ediciones (las diez últimas, por acotar temporalmente) que he visionado y me resultan o indiferentes o directamente desagradables. Berlín construye su sección oficial y otorga sus premios a través de la ejecución de juegos malabares que tratan de equilibrar un embellecido compromiso social de tono condescendiente y un intento fallido de estar al tanto de las vanguardias cinematográficas presentes. En dicho grupo de obras incluiría La mirada del hijo (2013, Calin Peter Netzer), Black Coal (2014, Diao Yinan), Taxi Teherán (2015, Jafar Panahi), Un polvo desafortunado o porno loco (2021, Radu Jude) o Alcarràs (2022, Carla Simón). Con dicho trasfondo, acercarme a la obra de la directora alemana Angela Schanelec resultaba un ejercicio de confianza importante para mí, ya que sus dos últimas películas, Estaba en casa, pero... (2019) y Música (2023), se hicieron con los galardones a Mejor dirección y Mejor guion respectivamente en el citado festival.

Sin embargo, había una flor que crecía entre las falsas hierbas alternativas, y aunque el cine contemporáneo (sobre todo el festivalero) suele dar más frustraciones que alegrías, encontrarme con la obra de Schanelec ha sido uno de los regalos cinematográficos más gratificantes de este año que ya acaba. No supe a principios de año, cuando visioné Estaba en casa, pero..., si me había gustado o no esta primera incursión en su obra. Sentí que el cine de Schanelec estaba demandándome algo que, en ese preciso momento, no podía darle. Cuán equivocado estaba, ahora siento que sus películas dan sin demandar, aunque en un principio se disfracen de ejercicios exigentes. Necesité de un nuevo intento, meses después, con su maravillosa Marseille (2004), para enfocar mi mente sobre la contemplación y no sobre la razón. Y es que, qué mala consejera es la razón en el cine, y qué cohibida está nuestra capacidad de interpretación audiovisual, a pesar de estar rodeados cada día de pantallas. Busqué la lógica que estaba enterrada entre capas de sensaciones y emociones, pensando únicamente en encontrar la llave que abría un sutil, elegante y bello cofre que era el tesoro en sí.

Si uno es un genial seguidor de tramas tendrá un duro encontronazo con el cine de Schanelec, que le hará aguantar largas tomas sin sustancia argumental, mientras que los momentos clave para el desarrollo de la historia se narrarán en un segundo, de manera casi anecdótica. De forma superficial se puede argumentar que el cine de la directora alemana trabaja sobre caminos ya transitados por Robert Bresson. Sin embargo, considero el cine de Schanelec una evolución de la austeridad cinematográfica bressoniana (entiéndase evolución no como mejora, sino como el hecho de llevar dichas formas a un nivel más extremo). Si bien Schanelec toma de Bresson las interpretaciones distantes, a veces casi mecánicas, de sus personajes (quizás su película que más se asemeja a la última etapa de Bresson sea The Dreamed Path), la cineasta traslada dicha austeridad a la vertebración espacio-temporal de sus obras. Es este último punto el que más me interesa de su cine. No esperemos un fundido a negro, ni una transición que diferencia veinte años de veinte segundos; Schanelec utiliza las mismas herramientas narrativas para una historia que ocurre en una tarde, que para otra que ocurre en tres décadas. A ello se suma su capacidad para no dar más que las pistas exclusivamente necesarias para construir un posible hilo argumental. El interés de esta innovadora directora se encuentra mucho más centrado en las sensaciones que transmiten las imágenes, en el tono general que adquiere la obra, que en los hechos que le dan significado. Es por ello, muy posiblemente, que la fotografía resulta un elemento crucial en cada uno de sus largometrajes.

Estos agujeros narrativos, lejos de querer entorpecer gratuitamente el visionado del espectador, lo fuerzan a centrarse en otros aspectos igualmente relevantes que lo ocurrido en sí. ¿Existe la necesidad de dedicar un enorme espacio dramático a un acto suicida? Quizás la solitaria imagen de un hombre frente a la costa durante un tiempo suficiente nos transmita una sensación mayor de angustia e incomprensión. También los juegos temporales y espaciales abren la puerta a sensaciones e ideas sorprendentes en el que visiona las obras de Schanelec: ¿alguna vez te habías planteado lo diferentes que son Marsella y Berlín? ¿puede un deseo amoroso inadecuado relacionarse con una sensación de culpa que surge semanas después? Hasta dicho territorio nos arrastra la directora alemana. Pero a la vez nos invita a dejar la trama como un elemento secundario, a respirar con su obra, a reorganizar nuestra experiencia cinematográfica, y con ello nuestra capacidad imaginativa.


©Alfonso Cañadas, diciembre de 2023

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