La barrera del bien y del mal: el cine marginal de Júlio Bressane. Por Alfonso Cañadas

      

Discernir si una película se puede catalogar como “buena” es, posiblemente, el mayor enigma irresoluble, y a la vez el dilema que da sentido a la crítica de cine, y en última estancia a todas las modalidades del estudio cinematográfico. En mis pocos años como docente de prácticas de historia del cine en la universidad, tuve la oportunidad de analizar en primera persona cómo los juicios de calidad aparecen en los primeros pasos cinéfilos de varios alumnos. Pocos eran los estudiantes que se replanteaban las bases de la naturaleza del cine en cada nuevo visionado; la mayoría de ellos solía catalogar como “bueno” aquello que referenciaba en forma y contenido a obras que popularmente, dentro de sus diferentes círculos de influencia, eran catalogadas como tal. Así, unos tantos asociaban la calidad con la grandilocuencia en las palabras y la solemnidad de los silencios (muchos de estos alumnos acaban encumbrando irracionalmente a figuras como Andrei Tarkovski o Béla Tarr), mientras que otros se centraban exclusivamente en la complejidad racional del apartado técnico y la puesta en escena (he aquí los jóvenes fans de Cristopher Nolan o Wes Anderson). 

Pero, ¿Qué ocurre cuando estos jóvenes se encuentran con obras que se desvían del camino evolutivo cinematográfico tradicional? Por lo general, se frustran, y castigan a sus autores, a los que no dudan en apodar como “vende humos”. En otras ocasiones, más escasas, si han visionado la obra en un contexto de tono vanguardista, encumbran dicha película como “incomprendida y rompedora”. Una obra que llevaría sin duda a este debate es Memórias de um Estrangulador de Loiras (1971), del director marginal brasileño Júlio Bressane. Ésta se compone de varias escenas en que su protagonista estrangula, en diferentes paisajes urbanos, a mujeres rubias sin ningún motivo concreto, antecediendo a las obras de Alan Clarke Elephant (1989) o Christine (1987). La película es tan trasparente y cruda que, como también ocurre con la famosa Un condenado a muerte se ha escapado (1956) de Bresson, su título no deja espacio a la imaginación: se trata de las memorias, el resumen, de la vida de un hombre que se dedica a asesinar a rubias.

La sensación de aspereza se apodera de todos los elementos de la película desde su peculiar comienzo, en el que vemos a un bebé sentado en el suelo tras unos créditos acompañados de imágenes dispersas. Ese plano del niño ya nos plantea un reto: nada ocurre, pero el plano dura mucho más de lo convencional. Durante varios segundos observamos al niño sentado, en la misma posición, frente a un fondo neutro. ¿Qué se supone que debemos interpretar? se pregunta el estudiante medio, ¿todo tu tiempo de visionado tiene que ir enfocado sobre la interpretación? parece querer respondernos Bressane. Durante todo el metraje, varios planos igualmente crudos (por su estética, temática y desmesurada duración) nos confrontarán continuamente. Así, entre una escena de estrangulamiento y otra, veremos al asesino protagonista defecar en su baño o cocinar en ropa interior. La película también insiste en señalar visualmente espacios que, a priori, no tienen ningún sentido narrativo: una urbanización vacía, un arbusto en unos jardines urbanos, etc. Sin ningún diálogo, y filmada en un austero formato de bajo presupuesto, se suceden escenas cada vez más surrealistas, que llegan a hacernos reír, de mujeres rubias asfixiadas.

Un tour de force que desespera a los cinéfilos ante la ausencia de un mensaje oculto que desenterrar. ¿Cómo debemos posicionarnos ante este primitivismo técnico que se monta sobre la barrera que separa el bien del mal? Muchos pueden escudarse sobre el apelativo “obra experimental” para salir del paso. Pero, ¿seguro que Memórias de um Estrangulador de Loiras es una película experimental?, Bressane estructura la obra de la forma más tradicional posible: primero vemos la infancia del asesino, luego sus memorias como estrangulador, y por último sus años de vejez. Entonces, ¿ante qué nos encontramos? Quizás simplemente ante eso mismo que ya sabemos: un ejercicio de angustia, acritud y brusquedad cinematográfica. Rodada durante el exilio forzado de Bressane en Inglaterra, su odio hacia su obligada estancia en el viejo continente le propició la violenta energía para rodar, de la manera más marginal posible, este ejercicio de venganza audiovisual. Visceral y sangrante, cada fotograma de esta obra está bañado en bilis, en unos jugos gástricos que suben por nuestra garganta provocando acidez y náuseas. ¿Dónde queda aquí la barrera del bien y del mal? Solo queda un estómago revuelto, ¡qué coincidencia!, como si hubiésemos estado visionando asesinatos por más de una hora.

©Alfonso Cañadas, enero de 2024

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